miércoles, 3 de enero de 2018

2017, un año con sabor agridulce


2017, un año con sabor agridulce.
Sólo revisado imágenes es que 

he llegado a la consciencia 
de cuantos bellos momentos, 
cuantas sonrisas y días para el recuerdo,
este pasado año ha estado lleno. 

Pues hasta este momento,
sólo las lágrimas, las dudas
y los muchos miedos,
llenaban la memoria
de un año agridulce, un año fiero. 

Es 2017 un año en que 
acabé de perderme, 
para volver a encontrarme. 
Un año que cerró dos puertas
que pensaba,
llevaban a una nueva era.
Un año que dijo adios
a dos proyectos
efímeros como la tormenta. 
Un año en que... 

 Viajé para volver a viajar, 
enfrenté a mis miedos 
para rectificar
volviendo a enfrentarlos, 
demostrándome que yo sola puedo,
que ya de los demás no dependo, 
aprendiendo a dejarme ayudar, 
a entender que no es rendirse
saber cuando abandonar. 

2017 me ha hecho crecer
más que cualquier año
en su totalidad, 
me ha hecho aprender
de mis debilidades y fortalezas, 
de mis defectos y virtudes,
de mis pesadillas y mis sueños. 

2017 me ha hecho evolucionar, 
haciéndome consciente
de los puntos a trabajar, 
del camino que tenía que cambiar
y de lo mucho que a mí misma
me debo cuidar. 

2017 ha sido un año agridulce, 
sí, 
un año de cal y otra de arena, 
un año en que me ha costado
no perder la cabeza. 

Pero también ha sido un año
que me ha devuelto la cordura, 
un año en que he emigrado
para volver a emigrar, 
me he mudado para volver
a mi verdadero hogar. 

Y ahora 2018 se abre 
como una puerta a la oportunidad, 
con los ingredientes perfectos
para vivir un año de sonrisas,
de volver a fluír
en una fuente de paz. 

Con una nueva ilusión
en mi camino, 
un nuevo sol 
que brilla en un sólo sentido
y un par de Pepitos Grillo
sin los que no habría
llegado a buen destino. 

Sólo puedo agradecer
al 2017 todo lo que me ha enseñado
y a las personas que de nuevo
me han apoyado, enseñado
y acompañado,
pedirles que lo hagan una vez más,
porque sin ellas
ningún año sería especial.

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